El primer registro histórico sobre el café se sitúa en la región etíope de Kaffa, en torno al siglo X d.C. Los primeros documentos atribuían a la planta del cafeto propiedades curativas.
En el siglo XI, el médico árabe Avicena, en su obra “El canon de la medicina” describe al café así: “El café fortifica los miembros, limpia el cutis, seca los humores malignos y proporciona un olor agradable a todo el cuerpo.”
Sin embargo no es hasta el año 1753 que Linneo clasifica, de forma definitiva, al cafeto dentro del género Coffea. Parece pues que el café fue considerado primero como una bebida religiosa, más tarde como bebida con poderes medicinales y ya en el siglo XIII se popularizó como bebida estimulante, posiblemente a raíz de la prohibición islámica de las bebidas alcohólicas.
En Europa, el café llega a Italia de mano de comerciantes venecianos que comerciaban activamente con él en Oriente. Al inicio hubo dudas respecto a si era o no una bebida musulmana y, por consiguiente, pagana, pero el Papa Clemente VIII (1536-1605), declaró en 1600 que los cristianos podían tomar café sin poner en peligro la salud de sus almas
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